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Prefacio
El héroe de la historia tiene algo de mitológico. Hace aproxima-damente cuarenta años, época de mis preparatorias en Chile, di por casualidad, en un negocio de libros usados, con la obra de Don Quijote de la mancha.
La obra me sedujo y también me hipnotizó; luego la llevé a mi casa y la devoré.
Nunca ha sido mi intención hacer un plagio de esa obra.
Encontrarán en mi relato combates con lanza en mano; y aunque esas luchas sean conocidas por los lectores, no dejarán de reconocer, que todas las historias y luchas no son jamás iguales.
Ahora bien, al leer, al igual que todos ustedes, sin duda, las aventuras de don Quijote, lo que más me preocupó fue una cosa a la que, por supuesto, nadie antes que nosotros había prestado la menor atención: Don Quijote se transforma en caballero andante ya cuando era muy maduro.
Confieso que esto me llevó a escribir la novela a mi edad de cincuenta y cuatro años, crear un ilustre niño que a pocos años aprende a leer en la obra y hasta sentirse el héroe de Cervantes.
Un niño..., sin madre, hijo de un hombre rico: Triste y trans-formado en un impreciso caballero andante.
El nuevo Quijote, acostumbrado a decidir sus cosas a contar con sus primeros pasos, arrastra por el fundo de su padre largas y pesadas lanzas de acero que construía en su taller de armaduras antiguas.
El niño podría haber tenido en su fundo los mejores caballos, pero él quería criar su propio asno para darle el nombre de rocinante.
Ridículo o no, el niño ignoraba las riquezas de su padre y amaba los pobres de su pueblo.
Un mocoso valiente que no temía a las aventuras. Había aprendido a manejar las lanzas y las espadas. Tenía duelos con ejércitos de gansos o pavos y muchas veces quedó agónico
Los campesinos, que adoraban al señorito, le entregaban al padre del niño recetas de bálsamos cuya fuerza tenían la virtud milagrosa de curar hasta la muerte. Sin embargo, el niño quiso primero hacerse idea de las derrotas de su héroe para luego vivir solamente de victorias. Por eso, lleno de tal convicción, memorizaba, palabra por palabra, la obra de Cervantes y en su mente se creó la personalidad de don Quijote.
En muchas de sus recitaciones el lector encontrará un lenguaje inventado por el niño, (Yo os fablo, señor) (-¡Pero sí vos os fablaís, hijo, ahora yo no te hablo! -exclamó el padre exasperado por aquella mezcla de idiomas y de feas maneras).
En fin la gente del pueblo repite las palabras del niño. Fablar, intelifencia, faliza, fregunta..., y las hace suya en su uso diario de la vida.
Ahora bien, lo que hoy ofrezco a los lectores es la novela, “El niño que creía ser don Quijote”, y estoy seguro que ella le otorga el éxito a Cervantes, mientras tanto yo, como humilde padre de la presente obra, los invito a leer la novela y darme toda la culpa en caso de que ustedes, lectores míos , se aburran.
Dicho todo, tenemos dos posibilidades, como lector o autor, pasar a la historia o ser olvidada por ella.
Juan J. Godoy